¿Por qué leer «Noticias del nuevo reino»?

Ene 3, 2024 | ARTE Y CULTURA

“… ahora ya tengo una novela para retratar a mi país, a mi pobre y desguarnecido país”.

El 13 de diciembre del 2023 se presentó en la Universidad Andina Simón Bolívar, la novela Noticias del nuevo reino, de Juan Carlos Calderón. Se trata del primer libro de ficción que publica @pichondedino, su nombre de pila en twitter (X), y lo hace con una determinación que solo es posible en la literatura.

Testimonial, cruda, incluso con pasajes que podrían ubicarla en el género de novela negra, tal como reflexionó Fanny Zamudio en su presentación, nos deja con un particular asombro, ese que surge únicamente del pánico: el mal del narco se ha tomado todo, con sus tentáculos infernales.

Lo escuchaba hablar todo el tiempo del país, de los narcos, de la justicia, de la mafia de Remanso, de la corrupción, de los diputados, del alcalde, de la gente indolente y vaciada de voluntad, de los policías y militares corruptos, de los guardias, de los pescadores, del cambio climático, de la guerra en Colombia, de las rutas de los narcos, del puerto, de la infamia, de los políticos de mierda, de la basura en la calle, de los baches, del gobierno, del inútil del presidente… y lo aguantó”.

Pero la obra, a pesar del horror de la muerte y sus formas macabras, no deja de ser una historia de amor, donde prevalecen los sentimientos de los animales puros, como aquella obra de Pedro Jorge Vera, pero donde la ética, en estos casos en particular, solo se hace viable, posible, vigente, con un arma en la mano y con un disparo en la cabeza del mal.

Vertiginosa, imparable, la historia transcurre entre Remanso y Portland, pero Remanso bien pudo ser Guayaquil, porque evoca con relativa facilidad al “manso Guayas”. Sin embargo, bastaron un par de descripciones explícitas de viajes rápidos desde Remanso a Guayaquil, para desechar la idea. ¿Podría ser Durán? En realidad, creo que calza con cualquier ciudad de la Costa, a estas alturas del fenómeno descrito, tan cierto, tan real, tan paradójico, como una selfie tomada desde una de aquellas avionetas.

La novela da cuenta, con lujo de detalles, de la podredumbre del sistema de justicia ecuatoriano, un sistema que, la verdad, dejó de funcionar hace mucho tiempo, cuando un grupo de señoritos  —tras la decisión gubernamental de “meter las manos en la justicia”— diseñaron un modelo a la carta, para endulzar en el poder a un ejército de abogados de bolsillo (jueces, fiscales, defensores, amanuenses y tinterillos),  dispuestos a venderse al mejor postor, con una característica más o menos notoria: vivarachos y vividores, cuya mediocridad, exhibida en exceso y sin ningún rubor, no les permitió sino encontrar la oportunidad de su vida para hacerse millonarios de la noche a la mañana, con el sueño imposible de trepar en la escala social.

Pero del lodo puede nacer una flor y en la novela se propone la alternativa, con un abogado intachable, que ofrece un testimonio de honradez y sobre todo de sabiduría, no solo porque condenó al criminal, sino porque tras la sentencia mantuvo una ética a toda prueba, a pesar de los cercos, de las amenazas, de los ataques y del terror que todo aquello puede provocar. Aunque, como se podrá leer en los entretelones de la historia, tenga que sacrificarse de la peor manera.

Otro renglón fundamental en la novela tiene que ver con la labor obsesiva de Mistral Valencia, el viejo periodista y su grupo de trabajo, que tienen en sus manos la historia verdadera de sus protagonistas, que olfatean la corrupción a kilómetros de distancia, que saben con lujo de detalles los movimientos oscuros del crimen organizado y sus tentáculos en las más altas esferas del poder, pero que no se equivocan de camino para obtener la información. Entre líneas hay ciertas actitudes, ciertos comportamientos, gracias a los cuales se puede llegar a no pocas conclusiones, básicas en la labor periodística.

Aunque es un lugar común aquella máxima respecto a lo autobiográfico (cuyo debate no creo necesario, por lo menos en esta novela), dada la condición y fama periodística del autor, no dejan de llamar la atención los diálogos, el trabajo en equipo, los consejos que brinda Mistral a su pupilo, las advertencias, incluso los llamados de atención, que dan cuenta de una labor y de una experiencia evidente del autor, que se mueve en este campo “como pez en el agua”, porque tal como enseña el poeta, escritor y periodista polaco, Ryszard Kapuscinski, “para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos”.

Eso es lo que transmite Mistral: una ética que en el contexto parecería disparatada, absurda, sobre todo inútil; sin embargo es su estandarte, su bandera izada en la hora más negra de la noche, aun cuando no se lo proponga.

De esa reflexión deviene el desenlace, la hora final, el minuto definitivo, porque no existe otro camino, especialmente con el aparecimiento huracanado de Luciana, un personaje que crece en la novela, que adquiere cierta consistencia narrativa y que, junto a Mistral, se quedan en la memoria y parecería que tienen todo el oxígeno literario para seguir protagonizando historias. 

Por lo demás, esas historias están allí, en los registros periodísticos de Juan Carlos, en los registros del desastre nacional, en la pinacoteca de la barbarie que reproducimos en nuestras redes sociales todos los días y que condenamos con vehemencia.

Leamos esta novela y hagamos una mejor disección de lo que nos pasa en estos precisos momentos.

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