Por Marlo Brito.
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, es probablemente uno de los inicios más famosos y recordados de todas las novelas latinoamericanas, junto con “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
La primera vez que tuve la fortuna de leer esta novela breve, me inundó con todos los aguaceros de la memoria infantil, de un pueblito perdido en medio de las montañas andinas, del río cercano, de la Quinta La Moya, de los personajes que deambulan, vivos y muertos, por sus calles estrechas y por los caminos de polvo y de ceniza, parafraseando al escritor Eliecer Cárdenas.
¿Por qué la novela es un clásico imprescindible de la literatura latinoamericana? Porque nos representa en cuerpo y alma, allí, en la tragedia, en el dolor y la muerte, en el humor tan difícil de transcribir y de mostrar, teniendo la soledad y el desamparo como telón de fondo y, a pesar de todo, sin queja, sin lamentaciones, casi como aceptándolo todo como un destino despiadado e irremediable.
Nos representa en el caos de la existencia por estos parajes, en la expoliación, en un orden basado en la violencia y la crueldad sin nombre, en el absurdo de las armas y los ejércitos, que sirven, sin conflicto moral alguno, a un bando y a otro, porque no hay cómo elegir entre el bien y el mal, porque todo es el mal, la banalidad del mal, como diría Arendt.
Nos representa en la riqueza y sonoridad del habla mexicana, de las ocurrencias lingüísticas que solo pueden ser descritas de esa manera, para precisar el instante o lo que se conoce como atmósfera, pero que es, de alguna manera, el espíritu latinoamericano peregrinando en estas calles desoladas, en busca de redención.
“En fin, por lo que a usted respecta, ya cumplió con lo que le mandaron, y a mí me quitó de apuraciones”.
“Nunca quiso revivir ese recuerdo porque le traía otros, como si rompiera un costal repleto y luego quisiera contener el grano”.
Bien lo dice Rulfo en las primeras páginas: todo consiste en morir. Eso es todo. (-¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto?) Así suceden los diálogos que se construyen, desde aquel fundacional viaje de Juan Preciado a Comala, en busca de su padre, donde habitan o mueren o renacen en la memoria seres fantasmales que no terminan de irse del todo.

Por eso no puede haber definición más exacta, más propicia de Comala cuando … dice: “Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Este es uno de esos pueblos, Susana”.
Eduviges, Fulgor Sedano, Terencio Lubianes, el padre Rentería, María Dyada, Damiana Cisneros, Toribio Aldrete, Dorotea, la que le conseguía muchachas al difunto Miguelito Páramo. Lucas, el padre de Pedro. Miguel Páramo, otro de los hijos de Pedro, a quien le gusta la pendencia. Susana San Juan, hija de Bartolomé y la deseada Media Luna, ese espacio territorial hacendatario desde el cual tiene Pedro el dominio total: “me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”.
La película y el autor

Rodrigo Prieto, el autor de la adaptación de Pedro Páramo en la plataforma Netflix, es un cinefotógrafo de reconocimiento mundial y trabajó como Director de Fotografía en obras memorables y laureadas, como El Irlandés, de Martin Scorsese, y Secreto en la Montaña, ganadora de tres premios de la Academia.
A su cargo estuvo el desafío de trasladar a la pantalla una obra de arte de la literatura latinoamericana y lo hizo con un elenco brillante: Manuel García-Rulfo es Pedro Páramo, Tecnoch Huerta es Juan Preciado, Ilse Salas es Susana San Juan, Giovanna Zacarías es Dorotea La Cuarraca, Héctor Kotsifakis es Fulgor Sedano, Mayra Batalla es Damiana Cisneros, Roberto Sosa es el Padre Rentería y Dolores Heredia es Eduviges.
Es conocido el debate acerca de la literatura y el cine. Pero aún más controversial se vuelve el asunto, cuando una obra cumbre de la literatura entra en el juego. Se ha afirmado ya que esta versión de Pedro Páramo es probablemente la más fiel y completa realizada hasta la fecha, porque logra captar el espíritu de la novela y traducirlo al lenguaje cinematográfico.

El director Rodrigo Prieto durante el rodaje de la película.
Pero antes de verla, era ineludible la tarea de volver a leer la novela. Así lo hice y puedo confirmar que Rodrigo Prieto conmueve y nuevamente nos deja desolados, quizá con algunos elementos nuevos inclusive, pero siempre teniendo como telón de fondo la obra maestra de Rulfo.
Sabemos las relaciones generalmente conflictivas entre cine y literatura, pero creo que no tenemos otro remedio que aceptar que “Literatura y cine están condenados a coexistir, fecundarse mutuamente, dialogar entre sí y entretejerse”[1]. Por lo demás, Prieto logra poner en su producto un ingrediente que se vuelve esencial y que alguna vez la escritora mexicana Alma Delia Murillo sentenció: “en este país todos somos hijos de Pedro Páramo”.
[1] José Luis Sanchez Noriega. Las adaptaciones literarias al cine: un debate permanente.