Paul Auster, en su casa de Brooklyn el 29 de diciembre de 2006. Timothy Fadek. Getty Images
La penumbra y ciertas notas de prensa me hacen pensar en los riesgos que a veces tomamos, para luego quedarnos como uno de los personajes de Auster, masticando reflexiones inútiles en apariencia, sobre la existencia, la identidad y la naturaleza de la realidad, edificando nuestras propias trilogías.
“…tú harás sonar el delirio coral de la memoria…”
Aveces es un tormento leer la biografía de ciertos personajes reales, que parecen extraídos de las más atroces invenciones. Un tormento, porque produce cierto regusto, como un dolor placentero que casi siempre se va convirtiendo en fascinación literaria.
Una mujer se levanta apurada de la mesa, donde están terminando de desayunar su esposo y sus hijos. De un rincón de la habitación saca el arma, le quita el seguro y suelta varios disparos en el cuerpo del esposo, que muere en el instante. El proceso judicial posterior concluye con un diagnóstico de locura temporal de la mujer y sale libre. Uno de los chicos que presencia ese asesinato fue el padre de Paul, que supo guardar el secreto muy bien y así lo creyó hasta la muerte, aunque Paul lo descubrió de manera fortuita.
Un hombre de 44 años muere por sobredosis. Esta pudo ser una de tantas historias de gente común y de estrellas del cine y de la música. Pero era el hijo de Paul, que semanas antes fue acusado de homicidio involuntario de su hija Rubí. Estaba en libertad bajo fianza y cuando fue detenido declaró a la policía que tenía a la niña bajo su cuidado. Cuando los servicios de emergencia se trasladan a su vivienda, encuentran a Rubí inconsciente y la llevan al hospital, pero finalmente muere. La autopsia revela que la niña entró en crisis terminal por sobredosis de fentanilo y heroína.
Dos historias trágicas, gravísimas, que podían derrumbar a un gigante. De hecho, Paul había sentenciado que la mejor fuente de inspiración es su propia vida. Jaime Cedillo, del diario El Español, en su suplemento El Cultural, concluye que “Los conflictos de identidad probablemente derivados de traumas como estos determinaron una obra que no se entiende sin una intensa biografía”.
Auster nació en Newark, New Jersey, el mismo lugar donde viven ahora mi madre y mis hermanos. Newark es la ciudad que vio nacer también a Allen Ginsberg, uno de los más importantes portavoces de la Generación Beat. No me extrañaría que se conocieran y que incluso hayan entablado amistad. Pero no, pues Auster fue 21 años más joven y sus preferencias y pasiones eran otras.
No necesitó viajar a Pucallpa, Perú, para tomar ayahuasca, como lo hizo Ginsberg. Se dedicó a viajar a su interior y el resultado fue su Trilogía de Nueva York, una obra magistral que se erige como un monumento literario dentro del género del noir metafísico.
«FANTASMAS» NOS INTRODUCE A BLUE, UN DETECTIVE PRIVADO CONTRATADO PARA SEGUIR A UN HOMBRE LLAMADO BLACK. AUSTER JUEGA CON LOS ARQUETIPOS DEL GÉNERO NOIR, PERO LOS SUBVIERTE CON UNA PROFUNDIDAD FILOSÓFICA QUE TRASCIENDE EL MERO MISTERIO.
Publicada en la década de los ochenta, esta trilogía se compone de Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada, que nos cuestionan la frágil frontera entre la realidad y la ficción, llevando al lector a un laberinto existencial en el que la identidad y la percepción se desmoronan.
La prosa de Auster es elegante y precisa, repleta de una melancolía contenida, que ahora se puede comprender mejor de dónde proviene. Él mismo, alguna vez, había declarado que su timidez le aisló del mundo, pero ese fue el artilugio para pasar encerrado en su habitación y escribir, pero lo hace con una estructura narrativa ingeniosa y compleja, invitar al lector a cuestionar la realidad misma, haciendo de Trilogía de Nueva York no solo una lectura, sino una experiencia transformadora.
En Ciudad de cristal, Auster nos presenta a Daniel Quinn, un escritor de novelas policiacas que se ve inmerso en una investigación tan enrevesada como su propia psique. La narrativa se despliega con una precisión casi matemática, desafiando constantemente las expectativas del lector y explorando temas como la soledad y la desesperación en una urbe que se erige como un personaje más.
Fantasmas nos introduce a Blue, un detective privado contratado para seguir a un hombre llamado Black. Auster juega con los arquetipos del género noir, pero los subvierte con una profundidad filosófica que trasciende el mero misterio. La novela se convierte en una meditación sobre la vigilancia y el aislamiento, y sobre cómo los observadores se ven inevitablemente transformados por aquello que vigilan.
Finalmente, La habitación cerrada cierra la trilogía con una reflexión sobre la autoría y la identidad. El narrador, un escritor sin nombre, se ve envuelto en la vida y obra de su amigo desaparecido, Fanshawe. Auster despliega una trama en la que las identidades se confunden y los límites entre el yo y el otro se disuelven, cuestionando la naturaleza de la creación literaria y el legado personal.
¿Qué es el noir metafísico? A veces su hallazgo es fortuito. Escribo esta breve nota desde una mala habitación de hotel y son las 5 de la mañana. Un ruido persistente de una gota de agua en en el baño contiguo no me dejó dormir. El aullido de los perros en la calle es más amistoso que aquel ruido. La penumbra y ciertas notas de prensa me hacen pensar en los riesgos que a veces tomamos, para luego quedarnos como uno de los personajes de Auster, masticando reflexiones inútiles en apariencia, sobre la existencia, la identidad y la naturaleza de la realidad, edificando nuestras propias trilogías y ofreciendo, de la manera más testimonial posible, un homenaje digno para Auster.
Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 1992 y Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, este señor murió el 30 de abril pasado. La tierra es el único exilio, sentenció, contradiciendo a Pizarnik, que no era de este mundo y que habitó con frenesí la luna.
Nota: publicación original en la revista PlanV